Un predicador inglés, de nombre Henry Moorehouse, había emprendido un trabajo importante
que demandaba muchas preocupaciones, ejercicios y decisiones pesadas. Un
simple incidente de su vida familiar fue para él una tremenda enseñanza que le
ayudó el resto de sus días.
Una noche volvía a su casa con un paquete con un obsequio para su
esposa. Su hijita era paralítica y estaba sentada tranquilamente en su
silla de costumbre cuando él entró.
Al besarla, el padre le preguntó:
Al besarla, el padre le preguntó:
-¿Donde está mamá?
-Está arriba en su dormitorio -contestó la niña.
-Bien,
aquí tengo un obsequio para ella -dijo el padre.
-Por favor, papá, déjame llevarle el paquete a mamá -prosiguió la niña.
-Querida Mini -dijo el padre-, ¿Cómo le vas a llevar el paquete? Ya sabes
que no lo puedes hacer; no puedes caminar.
-Mientras hablaba, tiernamente acariciaba el cabello de su hijita preciosa.
Sin desanimarse y sonriendo, la niña exclamó:
-Es cierto, papá querido, pero dame el paquete. Yo lo llevaré, y tú me llevarás hasta mamá.
Tomándola en sus brazos, Moorehouse llevó a su hijita y al paquete también hacia arriba donde estaba la madre. Mientras lo hacía, se le ocurrió pensar que esa era su posición en el trabajó que él había emprendido para Dios. El llevaba la carga pero, ¿acaso no era Dios mismo quien lo llevaba y lo sostenía?
Isaías 41:10 No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.