Thomas Young. Este fue un niño prodigio. A los dos años aprendió a leer y a los cuatro había leído la Biblia dos veces. A los catorce años sabía griego y latín, pero además estaba familiarizado con el francés, el italiano, el hebreo, el caldeo, el siríaco, el samaritano, el árabe, el persa, el turco y el árabe. Fue el primero en resolver parcialmente los jeroglíficos egipcios. (especialmente la Piedrade Rosetta). En 1802 propuso la teoría ondulatoria de la luz.
Por si fuera poco; también hizo contribuciones científicas importantes en diversos campos como la visión, la mecánica de sólidos, la energía; la fisiología, el lenguaje, la armonía musical y la egiptología. Hacia el final de su vida; Young había escrito 63 artículos en la Encyclopaedía Britannica, entre ellos «Languages», en que compara la gramática y el vocabulario de cuatrocientos idiomas. No es extraño que se lo haya considerado como «la última persona que lo sabía todo».
Si alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie (Santiago 1: 5)
¿Quiere decir el versículo anterior que si le pedimos a Dios, nos hará tan inteligentes como Thomas Young? Podría, pero quiere damos algo diferente que es aún mejor, por más que te cueste creerlo. Nos quiere dar sabiduría.
La sabiduría y la inteligencia son cosas distintas. Salomón era tanto inteligente (como los eruditos) como sabio. La sabiduría que Salomón pidió es descrita en 1 Reyes 3: 9 como la capacidad «para distinguir entre el bien y el mal». En pocas palabras, la capacidad para tomar buenas decisiones (puedes comparar con Sant. 3: 13-16). Es lo más valioso que Dios nos puede dar. Porque esta capacidad es fundamental Para que seamos felices en esta tierra y para que vayamos al cielo.
¿Por qué no pides a Dios que te dé la capacidad de discernir entre el bien y el mal en este día?
“¿Sabías qué…?” (Félix H. Cortéz)