El joven no era creyente, era ateo, muy ateo pero después de haber hecho los arreglos necesarios sobre el precio de Sambo, este esclavo Cristiano fue vendido a su nuevo dueño.
Al despedirse del joven el antiguo amo dijo: — Ya se dará usted cuenta que Sambo es un trabajador excelente y digno de toda confianza; él complacerá a usted en todo excepto en una cosa.
—¿Cuál es esa cosa?—preguntó el nuevo amo.—Que le gusta mucho orar y nunca podrá usted quitar esa inclinación de Sambo pero ese es su único defecto.
— ¡Ah, si! Pues pierda usted cuidado, porque pronto le quitaré ese defecto a latigazos,—recalcó el ateo.
—No temo nada,—dijo el antiguo amo. — pero le aconsejo a usted que no lo haga, sería inútil; Sambo preferirá morir a dejar de orar.
Sambo probó su fidelidad al nuevo amo de la misma manera que lo había hecho con su otro amo; pero pronto llego a oídos del amo que Sambo había estado orando. Le mando llamar y dijo: Sambo, no debes volver a orar jamás; aquí no nos gusta tener a nadie que ore; con que a trabajar y ya sabes que no quiero volver a saber que te ocupas de tales tonterías.—Sambo contestó: —Señor amo, tengo que orar a Jesús; cuando oro, amo más a usted y a mi ama y además puedo trabajar más duro para ustedes.— Pero seria y terminantemente le fue prohibido orar, bajo pena de una buena azotaina.
Aquella tarde cuando el trabajo del día había tocado a su fin, Sambo habló con Dios, como lo hizo Daniel en la antigüedad, y a la mañana siguiente fue llamado a comparecer ante su amo, quien muy disgustado, le pregunto por qué le había desobedecido.
..
—Señor amo, necesito orar; es que sin la oración no puedo vivir,
—dijo Sambo. Al oír ésas palabras, el amo montó en una cólera terrible, y
ordeno al esclavo que se despojara de la camisa y les dijo a otros, que lo ataran al poste donde acostumbraban a castigar a latigazos a los esclavos.
Entonces él mismo tomó el látigo y con toda la fuerza de que es capaz
un hombre enfurecido, golpeó tanto al pobre Sambo, hasta que la misma
esposa del amo le rogó con lágrimas en los ojos que dejara de azotarlo.El hombre estaba tan furioso que hasta amenazó a su esposa de castigarla, si se empeñaba en no dejarlo.
Luego siguió pegando a Sambo hasta que se le acabaron las fuerzas. Después mando a que le lavaran las heridas de la espalda sangrienta con agua salada. Le volvieron a dejar ponerse su camisa y lo mandaron a seguir trabajando. Aunque sus dolores eran indecibles, Sambo se fue a sus labores cantando con voz dolorida: “No hay tristeza en el cielo, Ni llanto ni amargo dolor, Estar con Cristo es mi anhelo, Porque Él es mi buen Salvador,”
Sambo trabajó duramente aquel día, aunque la sangre se filtraba de su espalda herida, donde el látigo había dejado hondos surcos. Pero Dios, estaba obrando en el corazón de su amo. Se puso a recapacitar en su maldad y crueldad tan refinada para con aquel pobre esclavo, cuya única falta había sido su fidelidad.
Se apodero de él un remordimiento tremendo, y apesarado e inquieto se fue a tratar de dormir, pero no pudo conciliar el sueño, por más esfuerzos que hizo para ello.
Era tal su agonía que a la media noche, tuvo que despertar a su esposa y le dijo que se estaba muriendo.
Entonces su esposa le dijo: —¿Quieres que vaya y traiga al doctor?—No, no; no quiero que venga ningún doctor. ¿Hay alguno aquí en la plantación que pueda orar por mí?—dijo el esposo—Creo y temo que me voy al infierno.
—Pues no sé de nadie que pueda hacerlo—dijo su esposa,—excepto del pobre Sambo a quien castigaste tan duramente esta mañana.
—¿Crees que vendría para orar por mí?—preguntó ansiosamente.
—SÍ, creo que lo haría, —contestó ella.
—Entonces manda traerlo inmediatamente,—dijo el amo.
Encontraron a Sambo arrodillado y orando a Dios. Cuando le sorprendieron en esa actitud, pensó que era para que le castigaran de nuevo, pero al llegar al dormitorio de su amo, grande fue su pena al verle, retorciéndose de agonía.
Quejándose amargamente el amo dijo -Sambo, ¿quieres orar por mí?— ¡Como no! ¡Bendito sea Dios, señor amo; he estado orando por usted toda la noche —y al decir esas palabras cayó de rodillas como Jacob que luchó con Dios en oración. Antes de romper el alba, Sambo fue testigo de la conversión, tanto de su amo como de su ama.
El amo y el esclavo se abrazaron. La diferencia de razas y la crueldad pasadas, cayeron como por encanto, ante el amor de Dios, y lagrimas de gozo se confundieron en aquella ocasión.
Inmediatamente Sambo fue puesto en libertad, y ya no tuvo que trabajar en la plantación. El amo se llevo a Sambo y se fueron a predicar el evangelio. Viajaron por todos los estados del Sur, siendo testigos del poder de Cristo para salvar a todos.
Tal es el poder del amor de Dios en el alma donde Cristo mora. “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que el nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” Juan 4:10.
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Fuente: alientodiario.com