Jeremías 33:3 Clama a mí, y yo te responderé.
Este es un tiempo en el cual es complicado tener fe en
Jesús. Normalmente creemos cuando vemos, es por ello que cuesta mucho predicar
el evangelio y sobre todo llegar al corazón de los oyentes. Es por eso que me
pongo en manos del Altísimo, y como siervo suyo, comparto aquí mis experiencias
vividas a lo largo de mi maravillosa vida como creyente. La llamo maravillosa,
a mi vida de creyente, por la relación creada con El Padre Celestial en calidad
de hijo suyo, y que siempre se ha dejado sentir en todos y cada una de las
pruebas que la vida nos depara, algunas de ellas muy duras.
Aunque nací en el seno de una familia muy católica y
practicante, no fue hasta los 23 años de edad, que conocí plenamente al Señor
Jesucristo. Aunque había tenido contacto con la Iglesia Evangélica Bautista a
los 20 años, siempre le repetía al Pastor que lo que él me compartía me
gustaba, pero no me cambiaría de religión.
A los 21 años, me enrolé
de oficial en un barco mercante, y no fue hasta el siguiente año en el que
volví a retomar mis estudios. Justo
en las vacaciones de semana Santa, un joven de la Iglesia Bautista, me invito a
un campamento cristiano, a lo cual por simple curiosidad me apunte. La verdad fue,
que en el primer día me aburrí y no me sentí a gusto, no entendía parte de las
cosas que sucedían, intentaba integrarme al grupo, pero no me convencía, ni
tampoco buscaba de Dios. Yo particularmente no lo sentía como algunos de los
allí presentes, hasta que, al siguiente día, viernes Santo, justo en la reunión
de la tarde, momento en que el predicador de turno leyó un versículo de la
Biblia, entre como en un éxtasis, mi mente se evadió del lugar. Era como si
estuviera ante el tribunal de Dios y el me mostrara todo mi historial de vida.
Comencé a ver pasar ante mis ojos toda mi vida, desde que nací hasta esos 23
años, y vi que nada en mi era bueno, ni como niño, adolescente o joven, todo en
mi era malo y estaba separado de Dios.
Hasta entonces, yo me creía bueno, es lo que
toda la gente decía. Ya que era muy católico iba siempre a misa, y era un hijo
y hermano que luchaba por cuidar y amar a su familia, y la gente lo decía, que
yo era muy bueno. Ese era el error, creérmelo y luego ser confrontado por Jesús
y ver que estaba equivocado y que no había nada bueno en mí. Profundamente
conmovido, caí de rodillas llorando y clamando misericordia, rogando a Jesús
que me perdonara y me aceptara como hijo. Justo en ese mismo momento en que
algo entro en mí, como una fuerza poderosa que empezó desde los pies y fue
subiendo hasta la coronilla de la cabeza, purificando todo a su paso,
haciéndome sentir limpio, santo y puro, con una paz sin precedentes e
indescriptible con palabras, la paz que habla Pablo en Filipenses 4:7 Y la paz de Dios,
que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús.
Nadie me supo explicar
que fue lo que me paso, porque yo no me lo busque, fue Jesús en su infinito
amor que me vio y me adoptó, mostrándome en los días siguientes lo maravilloso
que es caminar de Su mano y estar bajo el amparo del Padre. Así por casi un
mes, hasta el día en que le dije que, si mi vida va a ser así de feliz, no
quería nada más que estar a Su lado, momento en el que por mi actitud egoísta
lo aleje de mí y mi vida empezó a la rutina diaria, de luchas y pruebas.
Acabé mis estudios y volví
a navegar, en la misma compañía y con los mismos compañeros que ya conocía, así
que como supondréis comencé a contarles a todos lo que me había sucedido y a
decirles que yo ya no soy el mismo que conocían, que había cambiado, que era cristiano
y seguidor de Cristo. El rechazo al evangelio no se hizo de esperar, cada noche
en el comedor de oficiales era un infierno para mi si intentaba compartir mi
fe, así que me iba a mi camarote y me ponía a llorar.
Un día le dije al Señor "por
qué no me usas si dice la escritura que el Espíritu Santo va a hablar a través
de mí". La respuesta no se tardó, una potente voz dentro de mí, me dijo que, si
yo no estudiaba las escrituras y no adquiero de ellas el conocimiento, no
podría hablar a través de mí, porque yo estaba vacío. Me hizo ver un ordenador
y me dijo, a este ordenador hay que cargarle un sistema operativo, programas e
información para que su operador pueda trabajar accediendo a ellos. Asimismo, si
tú no tienes la palabra de Dios almacenada en tu mente, Yo como tu operador no la puedo sacar a
través de tus labios, para que haga su trabajo.
Isaías 55:11 así será mi palabra
que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y
será prosperada en aquello para que la envié.
A partir de aquí, tenía más cuidado en compartir la palabra,
solo lo hacía cuando era necesaria. Ya comenzó otra triste rutina, con pocos
alicientes y mucha soledad, se la sentía en todos y cada uno de los tripulantes
del barco. Lejos de los seres queridos, cada uno llenaba su triste soledad como
podía, unos con la bebida, otros con los juegos de cartas y otros con la
lectura. Yo estudiaba la palabra y oraba, pero ello, no me hacía sentirme menos
solo o triste a momentos, sobre todo cuando venían a mi mente los recuerdos de
mi amada familia.
Fue cuando llevaba más o
menos 3 años siendo creyente, que esa cruel soledad me tomo sumiendo en una
profunda y deprimente angustia, la cual me llevo a clamar a Dios Padre. Mis
palabras estaban llenas de desesperación, más o menos, fueron así: No siento tu
presencia, me siento muy solo y angustiado, y ahora mismo, no sé si eres real o
no. Necesito que me respondas. No te pido que te manifiestes en persona ante
mí, ya que tu palabra dice que nadie te vio jamás, y no voy a pretender ser más
que nadie y pedir verte, solo quiero que me respondas y que la respuesta cale
hondo en mí. Aquí está tu palabra, yo la abriré y allí donde la abra, haz que
mis ojos se fijen justo en la palabra que usaras para hablarme. Si esta palabra
no me habla, pensare que no eres real y que todo lo que sentí hasta hoy, era
producto de la emoción y de los sentimientos condicionados al lugar, campamento
e Iglesia. Entonces abrí la Biblia, era nueva, así qué la abrí al azar y salió
el libro de Jeremías, concretamente esta cita:
Jeremías 23:23-24 ¿Soy yo Dios de
cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos?
(24) ¿Se ocultará alguno, dice
Jehová, en escondrijos que yo no lo vea?
¿No lleno yo, dice Jehová, el
cielo y la tierra?
Estas palabras se tradujeron en mi mente, no literalmente
como pone aquí, yo las estaba oyendo, como si El Señor mismo me hablara y me
estaba diciendo
“Quiero que sepas que Yo soy tu Dios y tu Padre, no solamente
en lugares específicos, como el campamento o la Iglesia, sino también lo soy
aquí, estés donde estés.
Aquí en medio del océano o en el último lugar de la
tierra, allí estoy contigo y para ti. En estos momentos, tu angustia se hace mía, tu sufrir es mi sufrir, tus lágrimas son mis lágrimas. Quiero que sepas que Yo estoy aquí contigo, nunca te dejaré ni te desampararé ”.
Mientras lo oía, un gozo y un profundo sentimiento
de amor, paz, felicidad inexplicable me invadía, tan fuerte o más que el día en
que me entregue a Él. Allí en medio del Océano Atlántico, sin tierra a la vista
y en medio de una gran depresión, Él lo había vuelto a hacer, llenarme de Su
presencia e inundarme del conocimiento de Su realidad. Él está ahí cuando lo
invocas, cuando elevas tu clamor en angustia y desesperación.
Los
escritores bíblicos lo reafirman, ellos pasaron por todas las pruebas por las
que pasaremos a lo largo de nuestra vida y El Señor las registro para nosotros,
son la fórmula para salir en victoria en cada situación.
Salmos 50:15 E invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me
honrarás.